21 de abril de 2023
El enfoque hacia las soluciones eficientes energéticamente que nos puede ayudar a reducir la dependencia de los combustibles fósiles y hacer frente a la crisis climática.
En este momento en el que urge llevar a cabo medidas climáticas, las conclusiones de la COP27 en Sharm el-Sheik no parecen haber satisfecho a nadie. Su legado es un plan de aplicación muy elaborado que combina indicios de progreso esperanzadores con algunos desfases igualmente decepcionantes. En cuanto a los avances, un fondo para pérdidas y daños brinda cierta esperanza a las naciones más vulnerables a la crisis climática. Sin embargo, no se ha visto mucho impulso en cuestiones críticas como la dependencia mundial de los combustibles fósiles o la necesidad de acelerar la adopción de soluciones eficientes para reducir las emisiones globales.
Aunque a los estados miembros de la ONU les gusta reunirse con espíritu de debate, su dedicación hacia un objetivo común se suele quedar corta ante cualquier compromiso que puedan interferir con las decisiones que se toman a nivel nacional. Es por eso que se hace patente la necesidad de llevar a cabo acciones decisivas desde el ámbito nacional y regional. Han tenido que pasar siete años desde el Acuerdo de París para que hablemos seriamente de aplicación de medidas climáticas. Un aspecto que pone de manifiesto el ritmo frustrante de la acción multilateral de los estados, que contrasta fuertemente con la urgencia de la tarea que tenemos por delante. En el fondo de esta reticencia, la diferencia entre los objetivos y las medidas que se están llevando a cabo se debe a una percepción generalizada de que la descarbonización supone un coste, en lugar de una oportunidad.